Hoy, Ana Frank cumpliría ochenta años,
¿cómo será ese sueño hondo
de cumplir y cumplir
ochenta años?
quién puede bajarse
del tren de la vida y mirar caminos
ochenta años
ochenta, ahora tendidos
en el árbol viejo de la muerte,
ochenta años
yo miraré por ti los fresnos,
apagaré las velas,
celebraré la luna,
besaré a mi mujer,
este es mi regalo:
felicidades.
No, no sabéis lo que es
desear que una madre muera,
(dolor me da sólo escribirlo),
verla deshacerse cada día:
cada vez más pequeña,
no saber si sufre, si tiene vista,
si sabe que está muriendo,
si escucha el dolor
y la angustia de los demás,
no, no sabéis lo que es
preguntar a las enfermeras:
cuánto tiempo,
sentir
su respiración
como un lamento débil y hondo,
decirle: muérete ya,
y llévate contigo
todo lo que amaste en la vida,
pero muérete ya
pues no hay dolor más grande
que el olvido imposible,
ni luz más dolorosa
que la que no puede apagarse.
Los paraguas de esta tarde eran extraños,
me hablaron, me dijeron verdades
de tu tiempo y el mío,
sabios, como viejos que hablan de la vida,
todos a la vez
gritaban y gritaban,
era la lluvia también,
y la noche, y el miedo
a seguir solitariamente acompañado.
Te gustaría el vagabundo que duerme
esta mañana de abril, en el banco
del parque que lleva tu nombre,
y más aún, la pareja, que mañana viernes,
se besará en aquella esquina
como si fuera a terminarse el mundo,
aquí estoy, recordando aquella casa
tuya dos calles más abajo, donde
me preguntabas por las novias
que no tenía, y por mis sueños
que empiezo a ver
en el bulevar de la distancia,
vengo del médico, fíjate, tengo
angustia, dolor de cabeza,
y una tristeza que a ti ya
te gustaba poco en aquellos
últimos años de tu vida,
murió mi madre, algunos
amigos, y un montón
de preciosas palabras,
pero me queda tu jardín
y la poesía, la poesía siempre
de tu mano, de la de todos,
como un pulmón verdadero y ágil
para seguir viviendo.